Va para 85 años el bombardeo nazi de la ciudad de Gernika. A partir del 23 de abril de 1937, la prensa golpista se puso en funcionamiento para negar que el ejército fascista hubiese tenido algo que ver con la masacre. El periódico golpista “Diario de Navarra” tuvo conocimiento inmediato del hecho, no en vano mantenía línea directa con el cuartel general de Burgos y todos los partes que emitió, además de las locuciones radiofónicas hechas a través de la ondas de Radio Castilla y lo que llamaron Radio Nacional, aparecieron sin falta en sus páginas. A ellas, se sumaron las colaboraciones del truculento Queipo de Llano y reportajes de periodistas, nacionales y extranjeros, adictos a la causa golpista. Pocas veces encontraremos una campaña negacionista tan vilmente orquestada como esta.
Lo trágico del asunto es que todas las perrerías que escribieron contra aquellos a los que atribuyeron el genocidio de Gernika la historia se las ha devuelto a sus autores con creces, aunque, estos, raramente, hayan aceptado tal varapalo.
Al día siguiente, “Diario” anunciaba en primera página: «Ayer fue conquistada Guernica. Es un montón de escombros y entre lo poco salvado figuran el Árbol de los Fueros, la sala de Juntas y la Iglesia Parroquial».
El día 28 sería más explícito, culpando al lehendakari Aguirre: «Ha sido Aguirre el que la ha incendiado. Su gesto histriónico de inculpar al Ejército nacional esta destrucción diabólica es una gran mentira. Aguirre miente como lo que es, como un delincuente común (…). Se demostrará ante el mundo que han sido los marxistas al servicio de Aguirre los que han cometido este crimen. Los incendiarios de Irún y de Eibar siguen su obra barbarie». Y mentía Aguirre porque «no hay aviación alemana, ni extranjera en la España nacional. Es una aviación española que tiene que luchar constantemente con aparatos rojos que son rusos y franceses y con aviadores extranjeros».
Para dar más visos de verosimilitud a estas informaciones, reproduciría textos de corresponsales extranjeros. El de “Le Jour” aseguraba que «la destrucción de Guernica fue hecha por unos mineros rojos asturianos». A esta afirmación, “Diario” añadiría que «este periódico afirma que los nacionales no desean nunca la destrucción, pues luchan precisamente por la riqueza del país y la tradición y destruir una ciudad como Guernica es todo lo contrario de estos ideales».
En mayo, el diario de Garcilaso “describiría” lo que había ocurrido: «Un suceso minúsculo como es el hipotético bombardeo de una pequeña villa ha hecho surgir una campaña internacional para presentar a la España nacional como antihumanitaria contraria a los principios de derecho de gentes sirviendo así a la fracción rojo separatista, enseñoreada en la zona roja. La España Nacional rechaza con toda energía tan injuriosas campañas y delata al mundo la turbia maniobra. La ciudad de Oviedo fue materialmente destruida por la aviación y por la artillería roja y el mismo silencio acompañó a su destrucción».
Y dirá con una cínica retórica pocas veces superada: «En Guernica ha trabajado durante nueve meses una importante fábrica de municiones y pistolas, no hubiera constituido ningún desafuero que la aviación nacional hubiera tenido a Guernica como objetivo. No faltaba con ello a las leyes de la guerra; no se contrariaba nada el derecho de gentes; era un objetivo clásico y militar, con una importancia justificadora de un bombardeo; pero no fue así la destrucción de Guernica. El incendio de Guernica, las explosiones que durante un día se sucedieron en la pequeña villa fueron obra de los mismos que Eibar, Irún, Málaga, lucieron sus artes de incendiarios dinamiteros. Sepa el mundo que el caso de Guernica tan torpemente explotado se vuelve contra los gobiernos incendiarios y asesinos que a las órdenes de Rusia persiguen la destrucción sistemática de la riqueza nacional».
Son infinidad de artículos dedicados a la fabricación de la mayor de las mentiras que jamás vieron los anales de una guerra. Terminaré recogiendo lo que “Diario” llamó «una maniobra y un negocio de los separatistas vascos». El objetivo del reportaje era describir la catadura de quienes no solo habían bombardeado Gernika, sino que, para colmo, intentaban hacer negocio mediante el acopio de fotografías y rollos de películas que un individuo llamado Agustín Ugartechea había impresionado después del incendio y que, para irritación de los golpistas, se pretendía reproducir por el mundo entero para que este se enterase de lo que había sucedido de verdad, verdad que “Diario” llamaba «la fábula de la destrucción».
I nvolucraba al citado Ugartechea y a Manuel Sobrevila, «titulado jefe de Propaganda y Prensa del ridículo –si no fuera criminal– Gobierno de Euskadi». Los “beneficios del negocio” se los repartirían así: «Una mitad para los dos compadres y la otra a beneficio del seráfico y desinteresado señor Irujo, quien, por otra parte, protegería el negocio con su influencia de ministril en el llamado gobierno de Valencia».
“Diario” calificaría esta proyección de «infamia bellaquería», a la que sumó los nombres de «Maurice Toledo, judío y masón», y un «tal Aldecoso, titulado Consejero del Gobierno de Euskadi, triste personaje recientemente ingresado en la Masonería, y otro de la misma calaña moral, un individuo llamado Bravo, asesor jurídico de Obras públicas en la cuadrilla de mangantes y asesinos que desgobernó Vizcaya».
Finalmente, “Diario” informaba del viaje de Bravo a Nueva York para arrancar la proyección de «esta truculenta, estúpida y falaz película cuyo caudal se repartirían Irujo y su cuadrilla».
Y, colorín colorado, este cuento se ha acabado.