Rodezno ha dejado de ser un Grande de España

Con la Ley de Memoria han desaparecido títulos nobiliarios de destacados golpistas. Entre ellos el del conde de Rodezno a quien la dictadura nombró “duque con Grandeza de España”. En este artículo el autor desgrana que es lo que hizo el conde para merecer tal distintivo y, lo más interesante, la apología de su figura difundida en el Diario de Navarra franquista.

Autor del texto original: Víctor Moreno Bayona Fuente: Naiz.info

La Ley de Memoria Histórica, según el artículo 41, ha dejado a la nobleza de España en cueros. No es de extrañar que las derechas se muestren tan agresivas contra dicha ley, además de por otros motivos manifiestos y de más calado político.

Hace 70 años que el dictador nombró al conde Rodezno un Grande de España, vía BOE (1.10.1952). Y ello a título póstumo, pues el Domínguez Arévalo ciudadano había muerto el 10 de agosto de 1952.

Diario de Navarra, que tanto quería al conde, y cuyo director Garcilaso lo consideraba representante moral de Navarra, comentó: “En cierto modo, a todos los navarros nos alcanza un reflejo de esa merced por haber sido tan insigne navarro el conde de Rodezno, y en ese sentido expresamos nuestro agradecimiento a SE el jefe del Estado”. Añadía que “así mostraba el caudillo el afecto que sentía por el llorado D. Tomás Domínguez Arévalo, que en paz de descanse, y el reconocimiento público de los méritos que contrajo en el servicio anegado de la patria”.

El periódico tenía razón. Los servicios prestados por el ilustre miembro de la Comunión Tradicionalista al golpismo fascista y al primer franquismo de la dictadura fueron tantos o más como los prestados por Diario de Navarra. Y podía recordarlos de memoria. Y es que, en efecto, los títulos de grandeza o nobiliarios, marqueses, duques y condes, otorgados, entre a otros, a Primo de Rivera, Calvo Sotelo, Mola, Carrero Blanco, Dávila, Arias Navarro y Rodezno, etcétera, se lo merecieron con creces. El propio Diario expresaba muy bien el porqué: “Sin su concurso, la destrucción de la II República no hubiera sido posible”. Ni el golpe de Estado, por supuesto. Así que parece ajustado a la letra y al espíritu de la Ley de Memoria que se les haya privado de la única nobleza que se les pegó a la piel en vida, la de ser un Grande de España por la gracia del caudillo.

Otorgarles tales dignidades era la manera más clara de manifestar que eran fascistas y, de paso, halagar su consustancial connivencia con el golpe de Estado y la Dictadura sobrevenida. Ninguno de ellos creyó en la democracia, en el sistema parlamentario, en la soberanía popular, en un Estado laico ni en un Estado de Derecho. Eran golpistas. Fueron grandes de España que hicieron a España más pequeña que nunca.

A todos ellos se les ha despojado de un título al que tenían derecho en la cuadratura ideológica del franquismo, como recompensa al trabajo realizado por el triunfo del golpe de Estado y asentamiento de la posterior dictadura. Se lo merecían con creces por su trabajo. La Alemania de Hitler hubiera hecho lo mismo con sus gerifaltes caso de haber ganado la guerra.

Y ¿qué hizo el conde Rodezno para merecer tal dignidad? Lo mejor es que responda Diario de Navarra, que lo sabía todo sobre el conde. En 1952, tras su muerte, sostuvo: “Ha sido el debelador implacable de la República. Fue el hombre que con más ardor la combatió. Desde el primer momento se incorporó sin reservas y con devoción al Movimiento Nacional y aun antes de que se produjera, pues él fue quien superó ciertas dificultades que en las horas que precedieron al Alzamiento se había producido en determinados sectores. Organizó en pies de guerra a todas sus huestes desde que la monarquía dejó de ser el régimen de la nación española”.

Y como ministro de Justicia, de 1938 hasta agosto de 1939, reveló sus mejores dotes: “Su labor legislativa se centró en restablecer la ley y el orden jurídico y devolverles el sentido nacional y cristiano de lo español bárbaramente violado por el marxismo y al ateísmo republicanos”. Lo que significaba: reintegró en sus puestos a todos los jueces franquistas (Orden del 17 de febrero de 1938); organizó el Tribunal Supremo (27.8.1938); restableció la Compañía de Jesús (Decreto 3 de mayo 1938), donde firmará que “la Iglesia Católica como sociedad perfecta que es plenitud de sus derechos, el Estado ha de reconocer también la personalidad jurídica de las órdenes religiosas…”, “suspendió la sustanciación de los pleitos de separación y divorcios; dictó normas para la reconstrucción de los protocolos notariales; reorganizó los tribunales, creó el Patronato de Redención de Penas por el trabajo” y prohibió poner nombres vascos y catalanes a los hijos recién nacidos, pues, como dijo, “en la España de Franco no puede tolerarse agresiones contra la unidad de su idioma ni la intromisión de nombres que pugnan con su nueva constitución” (Orden 14.5.1938). ¿Y las penas de muerte que puso a Franco delante de sus narices para que este las firmase? Habría que preguntárselo a Del Burgo…

Con estos servicios, no extrañará leer que “Rodezno dejó de ser un nombre para convertirse en símbolo. Rodezno es ya sinónimo de una rectilínea y ejemplar fidelidad a la religión católica, a España, a los principios inalterables del 18 de julio y a la monarquía” (Diario de Navarra, 18.9.1952).

Es higiénico conocer las razones por las que Rodezno fue nombrado Grande de España que son las mismas por las que ha sido despojado de dicho título. Tanto en un caso como en otro, dicho título caracteriza más a quien lo otorga que al que lo recibe. Seguro que a Rodezno le hubiese chiflado saber que Franco lo titulaba con tal dignidad. Al menos, este título se lo concedían “por haber hecho algo”. Porque, ¿para llegar a ser conde de Rodezno qué servicios podía alegar? Ninguno. Nació como nieto e hijo de condes.

Menudo panorama. Fue conde por azar y no hizo nada para merecerlo y fue Grande de España por haber sido golpista y furibundo enemigo de la democracia y del sistema constitucional y parlamentario. No se sabe bien cuál de las dos situaciones resulta más humillante para la condición humana, a quien obligan aguantar tales infamias.