La Javieradas inundarán estos próximos dos fin de semanas las carreteras navarras de gentes camino al castillo de Javier. Más allá del espíritu deportivo o religioso que predomine en unas y otras caminantes, no se puede obviar el origen y la simbología de estas marchas.
Si bien la primera marcha se remonta al siglo XIX, donde en 1885 una epidemia de cólera se extendió por el territorio y ante la que en un acto supersticioso la Diputación Foral invocó a la fuerza divina de San Francisco de Javier para que por obra milagrosa librara a la sociedad navarra de tal mal y donde en agradecimiento ofreció la caminata al castillo, el acto se oficializó en el año 1941, cuando el daño por el asesinato perpetrado por los fascistas al calor del golpe militar aún asolaba los pueblos navarros. Esa primera Javierada oficial vino precedida por la que un año antes realizaron los excombatientes del mando golpista agrupados en la Hermandad de Caballeros Voluntarios de la Cruz; organización esta de espíritu y obra fascista y que aún hurga las heridas de la memoria histórica cuando y como quedó al descubierto recientemente, ha practicado actos ceremoniales de exaltación del régimen franquista en el Monumento a los Caídos y en la iglesia San Nicolás de Iruñea sin ningún ápice de pudor. Diario de Navarra traía así a su primera página del 9 de marzo de 1940 la narración de la gesta fascista: “Esta tarde un grupo de muchachos decidos (sic) saldrá a pie de Pamplona con el fin de comulgar en Javier. Vienen a dar gracias al Apostol Bendito por haber salido incólumes de los lances de la guerra y para implorar su protección sobre España entera.”
Esa primerada Javiera fue, pues, una enorme iniciativa peregrina de agradecimiento por la victoria sobre los últimos republicanos que se dio a finales de marzo. Hecho que no se debe obviar. La mayoría de los ciudadanos que acuden hoy a Javier creerán que asisten a un simple acto religioso, o a un acto desarrollado en clave deportiva. Pero su origen es menos santo.
En definitiva y a pesar del manto religioso que lo cubrió, se trató de un acto concebido como una gran manifestación política en celebración de la victoria sobre la República. Celebración del triunfo de la subversión ilegítima contra un régimen democráticamente establecido. A través de la exaltación de la peregrinación a Javier se está perpetuando de manera más o menos consciente el espíritu con el que se le dio comienzo. Perpetuación que ahora sí, conscientemente, la referida Hermandad ha venido realizando en las celebraciones anteriormente mencionadas y que los 19 de cada mes ha llevado a cabo en la cripta del monumento a los Caídos, donde sus cofrades homenajeaban a los dirigentes de la sublevación militar-fascista, Mola inclusive.
“Javierada”, invocando a la “Cruzada” del 36
El término acuñado para nombrar las marchas, el de Javierada, está directamente relacionado con lo que al calor del golpe militar fascista de julio del 36 se llamó “Cruzada”. Recordemos que la asignación de “Cruzada” como artefacto lingüístico no fue otra cosa que una maniobra simbólica para legitimar el asesinato de miles de navarros bajo el amparo de la iglesia y el nacionalcatolicismo.
Las marchas a Javier se convirtieron mediante el empleo de este lenguaje en homenaje directo al crimen fascista. Fue Marcelino Olaechea, obispo de Pamplona, el artífice literario y político. En la misa ofrecida en Javier el 8 de marzo de 1941 dirigió una prédica a las personas reunidas donde, refiriéndose a los navarros que combatieron en la gesta militar, expreso lo siguiente: “Por dios luchabais, teníais alma de virgen y erais como Javier navarros”. Es entonces cuando el jerarca religioso acuña por primera vez la palabra Javierada en la siguiente formulación: “No os parece peregrinos, que el 19 de julio de 1936, fue una gigantesca y providencial Javierada…”, término y artefacto lingüístico para invocar la criminal cruzada.
Tanto es así que fue el mismo Olaechea el primer obispo que utilizó el nombre para referirse a la guerra desatada por el golpe contra la República, a un escaso mes del comienzo de la misma. Lo traía también el Diario de Navarra en su edición del 8 de agosto de 1936:
“No es una guerra: Es una cruzada
Continuas y rendidísimas gracias hemos de dar a Dios al considerar cómo en nuestra amada Diócesis, por el favor y valentía que Él ha puesto en el corazón navarro, ningún sacerdote ha sido ultrajado, ningún templo ha sufrido deterioro.
Gracias a Dios en nuestras oraciones; y caridad generosa por los que luchan por la causa de Dios y por España, que es gran don de Dios.
Os invito a todos, venerables hermanos y queridísimos hijos a poner en mis manos- para que ellas vayan a la Junta de Defensa Nacional-una limosna grande, la más grande que podáis, de vuestro peculio y de los fondos mismos de las entidades que presidís o formáis parte.
No es una guerra la que se está librando, es una cruzada, y la Iglesia mientras pide a Dios la paz y el ahorro de sangre de todos sus hijos- de los que aman y luchan por defenderla, y de los que la ultrajan y quieren su ruina, no puede menos de poner cuanto tiene en favor de los cruzados.
Lo hizo siempre, y como siempre lo hace en estos días.
En su nombre os lo agradece y bendice.
Marcelino, Obispo de Pamplona.
Pamplona, 23 de agosto de 1936”
Durante las siguientes décadas son constantes las páginas que se publicaron y se publican desde Diablo de Navarra para dar soporte a la Javierada en términos de elogio de la “gloriosa cruzada” fascista. Si bien surgió el debate en torno a cómo denominar el acto, donde frente al término de Javierada que defendía El Pensamiento Navarro el Diario de Navarra se declinaba más por “marchas a Javier”, a partir de la década de los setenta se asentó el nombre relacionado con la cruzada. Ese fue el tono empleado por la única cabecera franquista que aún opera en el herrialde.
Hoy, el Diario de Navarra sigue auspiciando la Javierada. Mucho del eco que el acto obtiene se lo debe a las páginas de este medio. Durante estas semanas encontramos hasta cuatro noticias diferentes desde que el pasado 13 de febrero le dedicase un espacio destacado a su presentación. Es más, ha servido de escaparate para alimentar polémicas que ponen en el foco, aquí también, la nueva gobernanza, dándole protagonismo a un tono victimista propiciado por el cambio de recorrido de las marchas. La sociedad navarra, en aras de una madurez democrática y su desarrollo laico, tiene que ir superando este tipo de tendencias. Mientras la principal cabecera siga dedicando tinta y tinta al soporte de actos de este tipo bajo un tono que ahora se tiñe de neutralidad pero que la hemeroteca y la historia demuestra que no es así, difícilmente avanzará en términos verdaderamente democráticos y de progreso. Ellos seguirán en lo suyo, de las gentes depende que su incidencia vaya a menos.
Llegados aquí, se nos plantean cuestiones de obligada reflexión. ¿Está la sociedad navarra, dueña de un amplio sentimiento antifascista, dispuesta a seguir contribuyendo al imaginario del régimen y a la simbología franquista? ¿No habría que cuestionar que desde los colegios se lleven a niñxs a Javier? Y para finalizar, ¿cuánto dinero público se invierte todavía a día de hoy en esto? Por decencia democrática nos lo tenemos que plantear y si es caso, avanzar en generar cambios.