Mercedes Colás Irisarri, Porota, nació en Buenos Aires en 1925. Era hija de Jose María y Honorata Melchora, llegados años antes a la Argentina procedentes de Lodosa para dejar atrás la persecución que empezaba a asomar contra las ideas libertarias del primero. Exilio que se repetiría en 1931, cuando Porota tenía 6 años y en Argentina se instauró la dictadura del general fascista Uriburu.
Esta nueva huída llevó a la familia de regreso a Lodosa, donde sufrieron el genocidio que siguió al alzamiento fascista contra la República. El padre fue asesinado junto a otros compañeros anarquistas un 3 de agosto a las 15:30, “exactamente a la hora que marchamos las Madres” recordaba Porota en una entrevista publicada por la revista Hitzak eta Ideiak de la editorial Txalaparta. Fue apresado en Tudela junto a otros compañeros cuando, preocupados por la que se les venía encima, huían hacia una Zaragoza bajo control republicano. Tras el arresto quisieron trasladarlos a Lodosa para fusilarlos en la plaza del pueblo en un ejercicio de escarmiento al resto. Contaba Porota que su padre tuvo opciones de librarse del asesinato, pero lo rechazó porque no ofrecían lo mismo a todos los compañeros. La cosa no quedo ahí. Un 14 de agosto la fueron a buscar. Le cortaron el pelo a ras para luego pasearla por el pueblo en ese acto horrible de humillación. Después fue llevada a la Iglesia para bautizar al calor de catolicones y ricachones del pueblo. Incluso una de estas personas se postuló como su Madrina, ya que, tal y como recordaba, la reclamaron como un trofeo.
Años después, en 1978, y afincada de nuevo en Argentina tras marchar del franquismo, volvería a sufrir los envites del fascismo. A su única hija se la llevaron en enero de ese año. La muchacha tenía 31 años cuando la desaparecieron y dejaba tres hijos. “No puede ser! El fascismo otra vez!” pensó, y fue. Recordaba que supuso un duro golpe para ella, lo paso mal, llegando a estar hasta seis meses sentada en casa en frente de la ventana esperando a que su hija volviera. Un día, su marido, persona que no sabía nada de militancia ni de política, le dijo “Porota, las madres están caminando en la Plaza de Mayo” y allá que fue. Era principios de 1979. Llegó a la plaza, y después de comprar un pañuelo para ponerse a la cabeza tomo asiento en un banco y empezó a llorar. Otra de las madres se le acercó y le pregunto por qué lloraba. Le respondió que le habían desaparecido a una hija y que era la primera vez que acudía a la plaza a lo que la segunda le respondió, muy seriamente, que allí no se iba a llorar, que no les tenían que dar ese gusto a quienes habían secuestrado a sus hijos, que allí se iba a pelear. La hizo levantar para que se juntara con el resto. Desde entonces, todos los jueves estaría ahí, “llueva, truene, haga calor, haga frío…porque es un momento especial de unión con nuestros hijos”
Todos los jueves caminando al sentido contrario de las agujas del reloj. De esa forma respondieron a las cargas que en Estado de Sitio practicaba la policía para dispersarlas de las sentadas que hacían en la plaza cuando no estaba permitido reunirse más de dos personas al grito de ¡Caminen! El instinto las llevo a tomar ese sentido. “Dicen, recordaba, que si tú caminas como las agujas del reloj se llega a la muerte, caminando al revés puedes llegar otra vez al útero.”
Y así, hasta el día de su marcha con 95 años, caminó y caminó. Tal y como recordaba al calor se su muerte un compañero de la ribera navarra que la conoció: “La Porota encarna en su persona lo más digno y lo mejor del siglo XX. La capacidad de convertir en práctica vital aquello de lo que hablaba Álvaro García Linera: “Luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse. Hasta que se acabe la vida, ese es nuestro destino.”
Dignidad y prácticas vitales que nunca nunca las tintas de Diario de Navarra serán capaces de recoger. Dignidad y prácticas que deben inspirarnos en esa lucha por un mundo justo y libre de fascismo y que irremediablemente, en nuestra latitud, pasa por combatir al aparato mediático de Cordovilla.