Diario de Navarra frente a la Revolución rusa: llamado a tomar las armas y cultivo del 36

Diario de Navarra dedicó un buen número de noticias y editoriales a la Revolución rusa, tratando de explicar a sus lectores los peligros de difundir aquellos idearios «exóticos» entre la sociedad navarra. Es así que ante el mito de la amenaza roja, la exposición de valores de un nacionalismo español autoritario y de un catolicismo conservador que se veía en declive, cobrará un sentido práctico en la lucha contra la democracia republicana, en la guerra civil y como soporte legitimador del franquismo.

Los vientos de la revolución rusa supusieron una amenaza de subversión del orden establecido; también, el riesgo de perder el control social, político y económico por parte de las élites burguesas. De ahí, la importancia que tuvo como esperanza o como amenaza social; de ahí, también, el que marcase profundamente la historia del siglo XX. No debe sorprendernos, por tanto, que los sanedrines de Pamplona, ante el corolario de pesadillas que sacudirían sus sueños a partir de 1917, encomendasen a sus primeros espadas periodísticos el impulso de la contrarrevolución utilizando el púlpito de la Buena Prensa para manipular de forma torticera la realidad social. La supuesta amenaza roja global no cuajó al ser aplastada en los meses finales de 1918 y primeros de 1919 en Alemania pero, de forma interesada, fue convertida en un mito peligroso, el mito del espectro rojo que justificaría cualquier tipo de ataque a los derechos de la ciudadanía.

“Con la rapidez alucinante de un cinematógrafo”,[1] los acontecimientos se fueron precipitando a partir de 1918. España –decían en Diario de Navarra– vivía bajo “la dictadura de los sindicatos”, bajo la “tiranía cruel y sucia de los puñales”, impuesta por el “Evangelio del odio encerrado en la obra del judío Carlos Marx”. Revolucionarios que pretendían implantar “una dictadura plebeya, negra como las noches tormentosas”,[2] donde “las aguas revueltas y encrespadas de esta negra cloaca [estaban] en sombras bajo el revuelo de las aves carniceras”. “Forajidos engendrados al calor de la podredumbre social causada por ese derrumbamiento de la civilización” que pretendían aplicar el “catálogo del caos social” y de “dogma de odios” que era el programa del grupo Espartaco alemán,[3] o ese “comunismo brutal y absurdo donde se confunden todos bajo la horrible bandera que ha campeado estos días en los hermosos campos de Andalucía: <Ni Dios, ni amo, ni ley>”. El socialismo, insistían en DN, era un “error teológico, filosófico y social, es la ciudad de la barbarie y la autocracia del salvaje”. Por su parte, “el Sindicato Único, por cegueras inconcebibles y por un fenómeno asombroso de cobardía colectiva que tiene el terrible significado de un castigo impuesto a gravísimos pecados, avanza por todo el organismo social como un cáncer”. “¿A dónde vamos a parar?”, se preguntaba DN, “¡hasta los mendigos son sindicalistas!”

“Las disolventes y anárquicas doctrinas que nunca debieron permitirse divulgar por los pueblos de Navarra, la semilla que sembraron los asalariados del sindicalismo rojo en estos hasta ahora laboriosos y tranquilos pueblos ha comenzado a producir sus frutos. Es la primera chispa del fuego destructor, que si no se pone radical término corre el inminente peligro de devastarlo todo y que sirve de aviso a los pueblos para que, no consintiendo la apertura de esos centros llamados sindicalistas, eviten posibles peligros graves”.

DN, tras señalar que “no estamos dormidos ni descuidados en la torre avanzada donde se nos puso de centinela”, advertía del peligro y, por ello, lanzaba al viento su grito de “¡Alerta Navarra! ¡Todo por el orden social!”[4] “El bolcheviquismo sería irremediable si una revolución estallase”, añadían. “Llegaría el caos. Y los soviets, conglomerados amorfos de seres sin corazón, cerebros opacos y barbarie sin freno, dominarían prestamente en todos los rincones de la Península”. Por eso –insistían- era preciso “mostrar el desnudo de la obra destructora llevada a cabo por los soviets rusos”. “Porque aquí habríamos de padecer idéntica tiranía roja, insoportable por despiadada y afrentosa. Y nuestra vitalidad industrial habría sucumbido para siempre si también aquí se intentara nacionalizar las empresas privadas. El día que tal sucediese, perecerían los plutócratas, pero también el hambre se enseñorearía de las masas obreras”.[5]

Debemos emprender inmediatamente una cruzada para defender a Navarra”, añadían en DN. ¡Todos contra los bolchevikis!” “¡Dios salve a España!” Era precisa “una actuación inmediata y enérgica del Poder público, cuyo papel no puede reducirse al de organizador de funerales y entierros conmovedores de las víctimas de las bombas y atentados”. Los ciudadanos –añadían en DN– tenían derecho a “exigir que la autoridad se levante también con la firmeza, la serenidad y la fuerza justa que es necesaria”[6]. Por tratarse de “enfermedades sociales que ponen a los cuerpos en trance de extrema gravedad”, siendo “ineficaces los recursos de la higiene”, era necesario “apelar a los más poderosos de la medicina o a los heroicos y cruentos de la cirugía”.[7] Se proponía implantar, apelando al “aparato ortopédico”, capaz de recolocar “cada vértebra” del “organismo social”[8], una “dictadura honrada”, una “dictadura del orden, dictadura civil o militar”, inspirada “en los principios del Cristianismo”;[9]¿la “dictadura severa y limpia de las espadas”,[10] quizás?

“Venga una mano dura, prepárese el cañón contra esa nube tormentosa y líbrenos del yugo de tanta libertad, que ya es insoportable. Y hágase todo de manera que un viento impetuoso y sano, viento de selva y monte, limpie la atmósfera de España de este olor a podrido y de esta niebla espesa de crímenes, amenazas, atentados, blasfemias, rencores, odios y vahos de sangre que nos envuelve y ahoga”. Y, si fuera preciso recurrir a ellos, ahí estaban los militares, porque “¡el Ejército es la única esperanza de España!”[11] Su concurso se presentaba como “inevitable escuela de <cualquier orden social>; sin él no hay más que caos”[12].

Había llegado –concluían- “la hora de los radicalismos de los partidos extremos”.[13] También la de las “uniones cívicas”, dispuestas “a luchar contra ese anarquismo. Si no nos disponemos a vencer[lo] mejor será que nos metamos en una cueva donde no puedan encontrarnos o que nos vistamos de mujer para implorar misericordia llorando de rodillas ante los forajidos”.[14] “Una acción ciudadana de buenos patriotas, llegando, si es preciso, a tomar las armas para defender el principio de autoridad; es el recurso que puede hacer fracasar a los que intenten el crimen de sumirnos en el horror de la más completa anarquía”.[15]

[1] DN, 15/11/1918.

[2] DN, 2/11/1918.

[3] DN, 11/2/1919.

[4] DN, 5/11/1918.

[5] DN, 19/12/1918.

[6] DN Enero 1920

[7] DN, 20/3/1919.

[8] DN, 20/3/1919.

[9] DN, 25/4/1920.

[10] DN, 10/1/1920.

[11] DN, 10/1/1920.

[12] DN, 16/1/1919.

[13] DN, 13/4/1921.

[14] DN, 2/11/1918.

[15] DN, 18/1/1919.