Pues bien, cuando Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa en 2013, el mundo aplaudió la llegada de un líder que prometía humildad, renovación y misericordia. Sin embargo, detrás de su imagen de reformista cercano a los pobres, se esconde un pontificado manchado de omisiones imperdonables, frases hirientes y escándalos internacionales que el Vaticano intentó ocultar a toda costa. Desde el inicio de su papado, Francisco demostró una alarmante falta de sensibilidad ante el drama de los abusos sexuales cometidos por clérigos. Su defensa ciega del obispo chileno Juan Barros, acusado de encubrir los crímenes del sacerdote Fernando Karadima, quedó registrada en una frase de vergonzosa dureza: “No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia”. Solo la presión social y mediática obligó a Francisco a retractarse y aceptar la renuncia de 34 obispos chilenos, pero el daño estaba hecho: había elegido proteger la corrupción eclesiástica antes que defender a las víctimas.
Pese al intento de blanqueo por omisión en el pasquín de Cordovilla, cabe recordar que sus declaraciones sobre los abusos reflejaron un intento sistemático de minimizar el horror: “Los abusos son obra del diablo” y “El dolor de las víctimas no se puede comparar con el dolor de Cristo en la cruz” fueron frases que ofendieron a los sobrevivientes de décadas de horror y silenciamiento. Mientras los escándalos estallaban en Estados Unidos, Francia, Alemania y Australia, Francisco tardaba en actuar. El Informe de Pennsylvania documentó más de 1.000 menores abusados durante décadas en Estados Unidos; el informe Sauvé reveló 216.000 víctimas en Francia; en Alemania, los datos expusieron casi 500 casos bajo encubrimiento, y en Australia, el caso del cardenal Pell mostró una red de poder y silencio.
A pesar de las súplicas de justicia, la respuesta de Francisco fue lenta, tibia y ambigua. Nombró a figuras sospechosas, como Ladaria Ferrer, en puestos claves. Recurrió a generalidades religiosas en lugar de asumir responsabilidades concretas. Incluso cuando implementó reformas como “Vos Estis Lux Mundi” en 2019, estas llegaron tarde y su impacto real fue limitado.
Francisco prometió limpiar la Iglesia, pero apenas barrió debajo de la alfombra. Bajo su pontificado, el dolor de las víctimas siguió siendo minimizado, los responsables fueron protegidos durante demasiado tiempo y el discurso de misericordia quedó vacío frente a la necesidad urgente de justicia. No pasará a la historia como el gran reformador, sino como el Papa que pidió perdón, pero no salvó a las víctimas.