Durante las últimas semanas, hemos sido testigos de una constante y casi obsesiva presencia del tema de ETA en las páginas del pasquín de Cordovilla, con una relación que parece nunca terminar. Es raro el día en que no se menciona esta cuestión, y la retórica utilizada resulta cada vez más predecible y obsoleta. Lo más llamativo de esta dinámica es el paralelismo entre los discursos de UPN y los del Diario de Navarra, un eco constante de ideas que, si bien alguna vez tuvieron relevancia, ahora suenan a lo que son: un intento desesperado de aferrarse a un pasado que ya no tiene cabida en la realidad.
Es sorprendente cómo, a medida que la decadencia de estos discursos se hace más evidente y el naufragio político de ciertas fuerzas se consolida, recurren una y otra vez al comodín de ETA. La repetición incansable de un mismo mensaje, en los mismos foros y en las mismas plataformas, no los hace más fuertes. Por el contrario, revela una profunda debilidad, una incapacidad para renovarse, para abordar los desafíos del presente. El ejemplo más claro de esta estrategia está en UPN, que, a través de su panfleto dirigido por los Riezu y compañía, sigue repitiendo un mantra sin sentido, como si por el simple hecho de hacerlo más veces pudiera hacer ganar más rédito su versión.
Es fundamental entender el contexto en el que este fenómeno se desarrolla. El empacho informativo, la sobrecarga de noticias repetitivas sobre ETA, se convierte en un veneno que alimenta la polarización política y social. La utilización de esta narrativa por parte de ciertos satélites políticos y chiringuitos que siguen viviendo a costa de esa matraca, como Pompaelo o Sociedad Civil, sólo contribuye a exacerbar la tensión y el desencanto. Además, resulta alarmante ver cómo algunos de estos grupos se trasladan a espacios educativos, como colegios, donde parecen estar más interesados en inculcar a las futuras generaciones una visión distorsionada y sesgada de la realidad.
Nadie puede ni debe negar el profundo dolor que tanto ETA como los aparatos represores del Estado español causaron durante décadas. Las víctimas de su violencia, tanto directas como indirectas, merecen todo el respeto, la memoria y el reconocimiento que corresponde a quienes sufrieron de manera injusta y brutal. Este reconocimiento es una obligación moral, un acto de justicia histórica que debe prevalecer sobre todo debate político. Hasta ahí, todo es perfectamente lógico y, sobre todo, humano. El sufrimiento no tiene ideología y, por ello, el homenaje a las víctimas debe ser un asunto ajeno a cualquier manipulación política.
Sin embargo, lo que resulta absolutamente lamentable, y es difícil de aceptar, es la explotación mediática de ese sufrimiento con multas políticas. Durante años, sectores como UPN y su órgano de difusión, Diario de Navarra, han recurrido a ETA como un comodín para apuntalar su posición en el escenario político. Este uso, que se adereza con un discurso excesivamente manipulador y alejado de la realidad, se convierte en un ejercicio perpetuo de utilización del dolor ajeno con la intención de erosionar al adversario, empañar el presente y, por supuesto, aferrarse a un pasado cargado de odio.
En resumen, el homenaje a las víctimas es necesario, pero la manipulación que se realiza con multas políticas es algo que no puede seguir permitiéndose. No es solo un acto de injusticia hacia las víctimas, sino también hacia una sociedad que necesita avanzar y dejar atrás el último capítulo de un pasado que debe entenderse, pero no repetirse.